(México DF 20 junio 1987-íd 16 julio 2014).
Conocí a Omar hace muy poco tiempo, en enero de 2010, pero pronto fuimos muy unidos pese a las cuatro décadas de edad que nos separaban; los afectos se entrecruzaron con los intereses académicos, aunque en otras muchas cosas estábamos muy distantes pero siempre respetuosos de la forma de pensar del otro.
Tuvimos una breve pero intensa relación, aunque ello supuso que no pocos de sus amigos se distanciaran un poco o cuando menos le hicieran comentarios burlones que le dolían: no comprendían que un hombre joven como él pudiera tener nada que ver con un viejo. Pero a Omar y a mi nos unieron muchas cosas: su pasión por el conocimiento, sus estudios en biología, su compromiso con causas sociales, su alegría, su sentido del humor, su gusto por explorar sabores (gastronomía), su gusto por la buena literatura… Muchas cosas fueron fortaleciendo un cariño sólido, porque además Omar se hacía querer con su bella y generosa sonrisa, su curiosidad, su lealtad.
Omar fue un hombre inquieto, nervioso, impaciente incluso: quería hacer todo y conseguirlo todo de inmediato… Como si tuviera la premonición de que no tenía tiempo que perder. Ese nerviosismo y esa impaciencia lo hacía en ocasiones reaccionar sin pensar y se ganó desprecios inmerecido de algunos; pero siempre supo pasar página.
Para alguien como yo, Omar fue la encarnación misma del animal humano paradójico: apasionado y entregado al conocimiento científico, al tiempo que fervoroso creyente, religioso pero crítico con no pocos de la jerarquía católica.
Entró a estudiar Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM; estudios que interrumpió por un tiempo –nunca me precisó cuánto– para ingresar en el Seminario; pensó hacerse religioso entregado a los grupos humildes, a los grupos étnicos, y en Chiapas entró en contacto con el EZLN, donde hizo fuertes y sólidas amistades, particularmente con las mujeres, las comandantas, que a él siempre le parecieron las más auténticas luchadoras y entregadas al aprendizaje. Sin embargo, pronto decidió salir del Seminario y regresar a la UNAM para terminar su carrera… Aunque nunca se apartó de religiosos verdaderamente comprometidos con la gente, como Raúl Vera López, Obispo de Saltillo, que le preocupa y se ocupa del colectivo LGBT, de las trabajadoras sexuales, de los realmente olvidados y despreciados por muchos cristianos. Y no poco hablábamos de ello, aunque respetaba incluso risueño mi ateísmo.
Hombre apasionado por la historia de México y en ese tema teníamos no pocas discusiones enriquecedoras, pero también ansiaba conocer más mundo, viajar; ilusión que no pudo realmente realizar, aunque si viajó mucho leyendo. Además, Omar era un hombre que amaba escribir; tuvo su blog: “El Baúl”, en el que vertía sus reflexiones, sus inquietudes. Y debo reconocer que me enseñó y ayudó a hacer el mío. Omar amaba la vida, le apasionaban los cactus, los paisajes, la historia, el arte… Siempre me sugería ir a exposiciones y después hablábamos durante horas sobre las obras, los artistas, la belleza y el dolor.
Siempre recriminándose que ya debería haber terminado, que debía prepararse más y ponerse a trabajar: todo lo quería hacer al mismo tiempo, porque también deseaba encontrar un amor, una pareja con la que viviera todo un proyecto de vida.
Finalmente el 4 de abril de este 2014 presentó su examen profesional con la primera tesis de investigación bibliográfica que se ha presentado en la Facultad: “Análisis de las contribuciones de Enrique Beltrán (1903–1994) a la institucionalización de la teoría evolutiva darwiniana en México”; trabajo de tesis dirigido por la M. en C. Graciela Zamudio Varela, pero tuve el honor de servirle de asesor extraoficial. El hacer la tesis y toda la tramitología universitaria para recibirse y obtener el título lo desgastó en demasía: le urgía todo, y quería hacer su Maestría en Chapingo.
La muerte de Omar es para mi, y para el mundo, una gran pérdida.
Fotografía y texto de Xabier Lizarraga