Héctor fue un gran amigo mío. Desde que me lo presentaron se mostró conmigo ‘especial’, camarada, cómplice, me extendió la mano en todos sentidos. Con él conversaba mucho, no obstante que su personalidad era reservada, y en una de esas tardes de charlas cafeteras, Héctor me contó su historia.
Había nacido en el seno de una familia humilde y numerosa, hermanos mayores y hermanos menores, siempre estuvo su casa llena de niños, y no tan niños, de entre los que él era el de enmedio. Su madre, devota religiosa, le enseñó a participar en la Iglesia, y uno de sus gozos mayores cuando pequeño, fue el de ser monaguillo y tener oportunidad de tocar las campanas de su Parroquia cuando llamaban a Misa. Creció con la fe que su mamá le inculcó, al punto que siendo adulto, cada año iba en peregrinación al Cerro del Cubilete, a encontrarse con Cristo Rey.
Ya de adolescente decidió, porque tuvo que trabajar de ayudante en un despacho contable, hacer un esfuerzo y estudiar Contaduría Pública en el Instituto Politécnico Nacional. Lo consiguió y se tituló con honores. A los 22 años, Héctor sabía que le gustaban los hombres, pero dentro de su contexto cultural y social, no podía atraverse a aceptarlo. Durante la carrera conoció a una muchacha con quien sintió simpatía y tuvo un noviazgo. Al darse cuenta de su inclinación homosexual, por miedo a enfrentarla optó por formalizar su relación con aquella chica y luego casarse. Héctor me contaba: “era yo tan inocente, o tonto, como quieras pensarlo, que yo creí que si me casaba con ella, eso que yo sentía por los hombres, se me quitaría”.
Fue una boda con mucha fiesta, y la luna de miel en Isla Mujeres. Héctor decía que jamás había estado al lado de una persona, mujer u hombre, desnuda, y que cuando tuvo a su lado el cuerpo de su esposa, sin ropa, simplemente se excitó. Y eso lo hizo sentir alegre, seguro de sí, al menos durante la luna de miel. Poco tiempo después, eso que sentía por los hombres, como él lo señalaba, volvió a aparecer. Pero pensó: “Si tengo un hijo, acabará por completo y para siempre, esto que me pasa”. Héctor Grada fue padre de 6 hijos, los menores de ellos dos gemelos, y su inclinación homosexual jamás desapareció
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Cuando yo lo conocí, Héctor guardaba, en un maletín “secreto”, literalmente dentro de su closet, una colección enorme de revistas “ATRACTIVO”, porque alguna vez, por descuido, había dejado una de ellas tirada dentro de su auto, y su esposa la había encontrado.
A Héctor le gustaba tener amigos por correspondencia, de todas partes de México, le fascinaba el género epistolar, y su caligrafía era perfecta. Intercambiaba postales, souvenirs, fotografías, pero su dicha era enorme si conseguía conocer en persona al amigo con quien durante semanas o meses se había carteado, yo fui uno de ellos.
Su matrimonio, como era de esperarse, no fue feliz, su esposa vivía obsesionada con controlarlo y con, alguna vez, sorprenderlo del todo y tal vez recriminarle, o quién sabe qué hacerle.
Otra de las pasiones de Héctor Grada era la docencia, durante años se dio tiempo para impartir clases en el IPN, por la mañana muy temprano, era su dosis vitamínica que le alegraba el resto del día. Siendo muy joven vivió un tiempo en Tabasco, decía que le sobraba el tiempo estando allá y que no había mucho qué hacer, por lo que decidió aprender a tocar el piano.
Héctor quería encontrar el amor, el amor que correspondiera con ese sentimiento, con esa atracción, con ese gusto que siempre sintió por los hombres, Héctor quería realizar su vida homosexual. Pero, según decía, por sus hijos no se divorciaba ni quería salía del closet.
En su gusto por conocer amigos y “ligar” chavos, Héctor se encontró con un joven que resultó ser prostituto. Héctor se ilusionó con él y no le importó que el chico lo buscara más por interés que por gusto. Pero el joven cada vez le pedía más dinero, más regalos, más ayuda. Por su situación de doble vida, Héctor no podía darse el lujo de sostener más esa relación, así que fue alejándose del joven, dejándolo de frecuentar. Evidentemente el joven prostituto sintió molestia y coraje y en una llamada telefónica le dijo a Héctor que se vengaría.
Pasaron unos días, y un sábado del mes de febrero, hace 15 años, regresando Héctor Grada con su familia del teatro, al bajar de su auto, un joven lo empistoló y le pidió las llaves del carro, dicen que Héctor no mostró sorpresa ni temor, y se negó a entregárselas, el joven no esperó mucho, le apuntó disparándole directo al cuello, Héctor cayó herido, y antes de que llegara la ambulancia falleció.
La escena de su muerte me la narró su esposa, con cierta frialdad, por teléfono.
Héctor y yo platicamos días antes de su asesinato, y tuvimos oportunidad de darnos un enorme y muy afectuoso abrazo.
Padre amoroso, profesor dedicado, contador eficiente, amigo leal, hombre sensible, inteligente, Héctor Grada vivió, pese a todo, tan feliz como él mismo se lo permitió. Y aunque nunca conocí a sus hijos, estoy seguro que en ellos trascendió la generosidad y el espíritu empeñoso que siempre tuvo.
Héctor, amigo, descansa en la paz y en la Gloria de estar para siempre en el Seno de Cristo Rey.
Fotografía y texto por Mensajero Cabrón